miércoles, abril 17, 2024

EL ROLEX Y LA CARNE DE CÁRCEL

Frankfurt, 2009


Yo crecí en un barrio llamado Villa Coca. A la esquina de la izquierda vivió Abimael Guzmán, ahí lo encontró la policía en el 92. Y cuando lo encarcelaron comenzaron a detonar casas de vecinos como represalia. Así, las lunas de las casas se rompían con frecuencia con las explosiones. Antes, las ventanas reventaban por los pelotazos que tirábamos jugando fútbol en la pista. Años antes de lo de los terroristas, en el 85, cuando jugábamos con arcos armdos con piedras y los autos que pasaban paraban el encuentro no más de treinta segundos, hacia el final de la cuadra, explotó una casa y un hombre salió volando como si fuera el hombre bala de los circos. 
Cayó en medio de nuestro campo de fútbol, estaba negro carbón y con sus ojos rojos nos miraba desorbitado. Apenas pudo reponerse salió corriendo, e inmediatamente después llegaron los bomberos y la policía, pero antes ya estaban las cámaras del noticiero. El partido se tuvo que suspender y salimos en televisión.
La casa que había explotado era de Reynaldo Rodríguez López, alias 'El Padrino', que había salido no hacía mucho en los periódicos como uno de los hombres más ricos del mundo. Don Rey, como le decían en el barrio, tenía casa con piscina, y luego se descubrió que tenía túneles que se conectaban con otras casas del barrio. 
Desde entonces el vecindario pasó de llamarse Higuereta de Surco, a Villa Coca de Surquillo. 

Hacia un lado vivió el líder terrorista. Y hacia el otro lado el líder del narcotráfico. En medio estábamos nosotros: hijos de empresarios emergentes, hijos de profesores, abogados, policías pero también había vecinos de la PIP. 
Uno de ellos, de los de la PIP, no vivía aquí porque trabajaba en la selva. Y le iba muy bien, porque tenía motos, una combi (que en ese entonces no existía en el país) y hasta una cuatrimoto, que tampoco existía. Su combi era negra y se parecía a la de 'Los Magníficos'. Tenía dos, una blanca que sacaba poco. Pero una vez mi tío Jojo la sacó y nos llevó a todos a los juegos mecánicos que habían instalado en la Videna. Ponía el volúmen al máximo Cali Pachanguero y cantábamos cambiándole la letra "que todo, que todo, que todo que, que que qué". En vez de cantar "que todo el mundo te cante, que todo el mundo el mundo te mime", nosotros cantábamos "que todo el mundo te cache, que todo el mundo te brinque". Y luego, en la que canta el Gran Combo "a comer pastel, a comer lechón". Cantábamos "a fumar pastel, a fumar la pons". 
La combi andaba a toda velocidad y en calles vacías el tío Jojo hacía dribling con la combi y todos a bordo volábamos. Nos paraba la policía pero cuando se identificaba como hijo de un general de la PIP, seguíamos nuestro camino a los juegos mecánicos. 

Apenas se retiró de la PIP, el papá de Jojo puso un restaurante turístico y sus hijos se dedicaron al negocio de lavandería. 

El otro vecino PIP tenía un auto deportivo exactamente igual al auto fantástico. Tenía dos casas una al lado de la otra. En una casa tenía piscina y la otra la tenía clausurada. Con Buba hicimos una banda de rock y su papá nos dejó ensayar en la casa vacía con la única condición de que no subamos al segundo piso. 
Obviamente subíamos todos los días y jugábamos con las granadas de guerra que guardaba. Luego bajábamos y tocábamos canciones de los Guns N Roses. Igual que su colega, cuando se jubiló mi tío como coronel de la PIP, puso un negocio de pinturas y sus hijos se dedicaron a la arquitectura.
 
Mi viejo era contador público y auditor. Pero siempre había soñado con ser PIP. Le inspiraba una señal de respeto, andar armado, bien plantado, con buen carro como el vecino, o con motos y una combi como el otro que trabajaba en la selva. 
Pero mi abuelo lo desahuevó a mi viejo y lo obligó a estudiar contabilidad. Más fueron las obligaciones familiares porque embarazó a mi mamá cuando estaba a mitad de carrera y apenas tenía la mayoría de edad. No tuvo tiempo de elegir un futuro, se dedicó a trabajar y a seguir teniendo más hijos. Por eso mi papá salió rápido de la casa de sus padres. De alguna manera alivió ese resentimiento que fue cultivando mi papá hacia mi abuelo. Cada vez que podía, mi abuelo le decía: "eres carne de cárcel, ahí terminarás". Lo cual fue curtiendo un rencor en mi papá que lo hizo encaminarse, ya que vivían en La Victoria y el ambiente era tan hostil que la posibilidad de ser delincuente era latente. Sin embargo, se hizo contador público y le tocó ejercer la auditoría gubernamental de forma pionera.

Cuando mi abuelo murió, la 'bodeguita loretana', que había fundado con mi abuela, cumplía 35 años. Aunque los recuerdos de tardes familiares los domingos siempre fueron bonitos, con el tiempo uno se va enterando que la tesión familiar era incómoda para todos los presentes. Y se tornaba violenta con el paso de las horas y el brindis. En la casa de mis abuelos se bebía un aguardiente de la selva llamado 'Rompe Calzón'. Un trago dulce y trepador que te pone agresivo al quinto vaso. Yo lo utilizo para las presentaciones de mis libros, por eso cada vez que hago una actividad no me vuelven a prestar el local, ya sea porque el evento acabó en bronca, debido a que a algún buen lector le dio diablos azules y lo sacaron a la fuerza o porque los vasos de vidrio van volando como aves que poguean en el aire.
 
Así, los almuerzos familiares en la casa de mis abuelos, junto a la 'bodeguita loretana' terminaban siempre de manera abrupta, con alguna rota y alguien con los chicotes cruzados. Ahí nace el binomio amor odio que se hereda de padres a hijos. Porque del afecto pasaban a la agresión en cuestión de horas y la frase "tú querías que yo sea carne de cárcel" se volvía un reclamo enfurecido.
 
Yo lo heredé también y con mi papá no me puedo sentar a emborracharme porque en algún momento se suelta una chispa y se me incendian los pensamientos. Entonces me acuerdo de su separación con mi mamá y me dan ganas de tirarlo por la ventana a mi papá, para luego tirarme detrás de él.
Herencia similar me inculcó cuando mi papá me quiso lanzar del edificio donde quedaba su oficina, cuando llegó con algunos guisquis de más y llegó con ganas de pelear, pero no encontró a nadie más que yo, y descargó su ira intoxicada de alcohol. Ya no tomaba RC, a mi papá le iba bien aunque al país le iba hasta las huevas. "No es mi culpa", se disculpaba mi papá. No es mi culpa que el país esté mal. Había inflación y terrorismo. Pero sobre todo, desconfianza. Desde esa vez, ya no pude estar cerca de él, con mayor temor si lo encontraba en sus tragos.

Yo estaba en primaria y un día la profesora de literatura habló de Mario Vargas Llosa, que iba a ser nuestro próximo presidente. Un compañero de clase levantó la mano y dijo que su tío había sido escritor también. La profesora preguntó su nombre y cuando el compañero lo mencionó con orgullo, dijo: "pero él fue un terrorista que mataron en la selva". 

El compañero se fue cabizbajo, pero al día siguiente pidió la palabra y aclaró que su tío no era terrotista, pero sí lo habían matado en la selva. 
Y por si acaso, su tío no era terrorista. Yo le creí y años después descubrí la poesía de su tío a través de sus libros. 
Luego conocí a su gran amigo, otro gran escritor, el negro Jorge Salazar, quien estuvo en la barca donde lo mataron, y fue mi maestro. 
Ahora a mí también me dicen terruco. Evidentemente, pienso distinto y detesto el pensamiento chato de los conservadores. No es necesario hacerlo notar ni decirlo porque mi literatura y mis actos hablan por mí. Pero nunca falta alguien que necesita reivindicar su dignidad terruqueándome o señalandome de vendido cuando son ellos los que por un ceviche una cerveza se bajan el pantalón y se ponen en cuatro.
 
A mi papá le iba muy bien en los negocios, era un próspero empresario. Pero el Perú no era próspero. Tampoco empresarial. El Perú de ese entonces estaba en crisis. Y salvo algunos años de tranquilidad emocional, nunca ha dejado su estado crítico.
Por eso, cuando alguien ostentaba algo no pasaba de ser alguna marca bamba. Eran tiempos del contrabando desde Puno, se traían cassettes y VHSs.

Mi papá se fue a Puno  y como yo estaba resentido con él porque me había querido tirar por la ventana, me trajo un Rolex. Era totalmente dorado con piedritas brillantes en cada hora. También nos trajo pares de zapatillas y buzos de marca. Las zapatillas eran llamativas porque tenían las tres rayas de Adidas, pero en la zuela decía Puma. Igual los buzos y demás cosas. Todo tenía una apariencia rara que se prestaba a la duda. Pero eran tiempos en que no había opción de verificar si se trataba de ropa original. Por lo que pasaban a validarse como ropa de marca.
 
Comencé a ir a los quinceañeros con mi Rolex, me hacía notar. Pero me sentía, al igual que el reloj, falso. Iba a los tonos con mi primo Miky, que estudiaba en el Juan 23, colegio chino. Había que ir en terno y yo me ponía mi Rolex que brillaba intensamente. Me hacía notar en cualquier lado y siempre la pregunta era inminente: ¿Qué marca es? Anda, ¿sí? ¿Y tu papá en qué trabaja? 
Yo me pulía, prendía mi cigarrillo Hamilton y sacaba a bailar a alguna compañera de salón a quién le seguía hablando de mi reloj que me había traído de sus viajes de negocios. Evitaba mencionar que lo había traído de Puno, era un lugar que sonaba feo. Aunque fue mi papá que luego nos llevó de viaje e hicimos una ruta maravillosa en tren, desde Cusco hasta Puno cruzando el lago Titicaca. Aunque al año siguiente nos llevó a Disney y ese viaje fue más llamativo para las chicas de ese entonces.
Gracias a mi Rolex me había empoderado con la gente del colegio. Pensaban que tenía plata y me invitaban a las fiestas. De pronto me volví indispensable en las reuniones donde iba los más coloridos. Mi Rolex se hizo fundamental para que mi presencia esté garantizada. Ya no usaba las zapatillas Puma de tres rayas Adidas, sino unas New Balance que mi hermano mayor había mandado de Europa, donde vivía. Era una época donde estaba de moda los New Kids, y justo me habían mandado una casaca con mangas de cuero blanco idéntica a la que usaba uno de los cantantes. Tenía un Rolex, zapatillas New Balance y la casaca de los New Kids. No había forma de pasar desapercibido. Me matricularon en el ICPNA para aprender a hablar inglés y ahí conocí a Wendy. Ella me miraba todo el tiempo en el salón y yo me ponía colorado, la miraba y al darme cuenta que tenía clavada su mirada en mí, enterraba mi cabeza como una tortuga. Quería ser invisible pero también la quería conocer y besar. Ya había tenido una mala experiencia con las chicas que me gustan. En inicial, apenas llegué llorando, vi que había una rubiecita de nombre Carmen. Soñaba con ella, pero nunca me miró. Un día vi que un chico estaba de cumpleaños le cantaron su happy verde y luego todas le dieron un beso en la mejilla. Yo al día siguiente fui a decirle a la profesora que era mi santo. Pero ella notó que en la ficha decía otra fecha. Sin embargo, mi ferrea versión de que era mi santo prevaleció y la profesora me dejó ser. Entonces Carmen se acercó y me dio un besito con sus labios rosaditos y su lunarcito en la zona del bigote. Nunca me olvidé de ella, aunque ella nunca me registró en su mente. 
Por eso, cuando conocí a Wendy en las clases de inglés, no tuve cómo inventarme un cumpleaños. Pero coincidimos en el micro de regreso y conversamos. Ella vivía en las torres de Limatambo y me invitó a su casa a tomar lonche. Su papá trabajaba en la embajada de Estados Unidos y siempre tenía una pistola amarrada con un cinturón que le cruzaba el pecho. Comimos pan con jamonada y leche chocolatada. Luego me acompañó al paradero y como no sabía qué decirle ni qué hacer, fue ella quien se me declaró. Yo acepté tímido el beso, me di cuenta que ni las zapatillas ni el reloj fortalecían mi autoconfianza. 
Volví a mi casa siendo la persona más feliz del mundo, y de pronto me volví un estudiante entusiasta por el inglés. Iba temprano, la esperaba en el salón y le guardaba un sitio. Wendy llegaba tarde porque se quedaba después de la salida de su colegio haciendo gimnasia o practicando algún baile para las actuaciones. Como era bonita y encantadora, la utilizaban para todas las actividades del colegio. Incluso la hicieron reina de la primavera. Wendy soñaba con su quinceañero. A mi me daba pavor ser su chambelán, aunque sentía que con mi Rolex podía nivelar mi falta de estima.
Cumplimos un mes de enamorados y estábamos acariciándonos en uno de los bloques de las torres, hasta que un par de choros nos cuadraron, me sacaron mi casaca de los New Kids, mis zapatillas New Balance y mi reloj. A ella la agarraron del cuello y le quitaron la esclavita que le había comprado. Tuve que llamar a mi mamá para que me venga a recoger llevándome mis zapatillas viejas marca Puma con tres rayas Adidas. 
Desde el robo, perdí las ganas de ir al inglés. La movilidad de Wendy pasaba por mi casa todas las tardes y nos cruzábamos cuando llegábamos y me veía abrirle el portón a mi mamá. Pero la comencé a ingnorar. Mis poderes se me habían ido con ese robo. No me perdonaba el no haberla defendido. Incluso haberme visto desvalido y asustado, al borde del llanto pidiéndole clemencia a los ladrones. Son esos momentos en que descubres lo miedoso que puedes ser. Pierdes confianza en ti mismo. Cada noche soñaba encontrando a los choros y les pegaba, y recuperaba mi Rolex. Menos mal que mi papá ya no vivía en casa porque si se enteraba que me habían robado tal vez me hubiese lanzado por la ventana sin remordimiento. Estuve con temor de verlo por semanas. Pero cuando lo vi, pareciera que no se dio cuenta que ya no llevaba el Rolex. Nadie le contó nada del robo y preferí no mencionar que había tenido mi primera enamorada. 
Wendy cumplía quinceaños y si bien dejé de verla, dejó una invitación debajo de mi puerta. Aunque busqué mil excusas para no ir, la fiesta era a unas cuadras de mi casa y toda la gente del barrio asistiría. Los hijos de empresarios, hijos de policías, los hijos del narco, los hijos de los terroristas, los hijos de los trabajadores de la embajada de Estados Unidos, todos fueron al quinceañero de Wendy. Para varias me quedé solo en un rincón, ya sin Rolex era como Sanzón con el pelo corto. No tenía brillo y Wendy para bailar el Danubio Azul eligió a su nuevo enamorado. Nuevo pensé porque nunca lo había visto, pero en realidad era su pareja desde la primaria. 
De pronto al verla bailar con su pareja, y ver a la gente aplaudir y disfrutar cómo bailaban el vals, yo comencé a entender que odiaba bailar, que detestaba estar en lugares concurridos de gente, que no aguantaba sonreír en un ambiente falso. Necesitaba mi Rolex para ser alguien, pero sin el bendito reloj simplemente no era nadie. Apenas pude, salí de la fiesta amagando que me iba al baño, para luego escaparme y volver a mi casa cabizbajo. Desde ese entonces decidí no ver el tiempo, ni amarrarme nada a una muñeca. Con los años fui usando aretes y cadenas pero volvía a mi naturaleza que es la incomodidad de llevar algo encima que represente un status. Y me los quitaba. Me acostumbré a calcular la hora mentalmente, o esperar que haya algún reloj colgado para constatar que llevo la cuenta exacta de lo que falta para poder irme de la fiesta. Siempre amagando que voy al baño.   

domingo, enero 14, 2024

ACONCHASUMADRAMENTE ADIÓS

Barrunto, Ayacucho, noviembre 2023. 



Eloy había llamado a Mario a las tres de la mañana. Voy para allá, voy a Alpinopolis, y Mario le respondía. Si Eloycito aquí estamos, la lucha continúa.
Entonces se aparecía como a las seis de la mañana por Cerro Azul, pedía que le abran la puerta y una botella de vino. Y empezaba a hablar de Eielson.
Yo quería desayunar un café con leche y pan con tamal, pero lo que ocurre en Alpinópolis, queda en Alpinópolis.
Mario preguntó si podría haber un escritor peruano con 20 libros escritos en Italia. Yo pregunté, libros escritos o libros publicados?
Y Eloy me señaló, usted sí sabe.
Y comenzamos a beber. Él guisqui, yo cerveza. Pero como al mediodía ambos estábamos tomando vodka y hablando de Malcom Lowry, de sus años en Cuba y su investigación en Italia sobre JE Eielson.
Estábamos en medio de la nada, entre piedras y olas del mar. Él venía de la revolución. Yo del encierro, tres meses en rehabilittación depresiva. Eloy me curó con su floro.
Luego de ese encuentro, lo invité a que presente mi libro Barrunto, su cuarta edición. Y para convencerlo tuve que sacrificarme con él tomando unos catorce vinos en su oficina del Bar Queirolo, mesa cinco. Mesa que hoy que ha muerto luce esta noche vacía porque es un irrespeto sentarse ahí sin saber quién la habitó y la orinó como perro. Dejando huella.


Eloy había conocido a Arguedas y a Damián, eran amigos de su padre que era librero. A Ribeyro y todos los grandes. Y cuando vivían en Surquillo, uno podía llegar al óvalo Higuereta y se pezcaban lizas, tramboyos, camarones. El chupe de camarones, el mejor de Lima, estaba en el óvalo higuereta, parte Tomas Marsano, casa Los Morochucos.
Eso me lo contó cuando fuimos a Chimbote, a presentar Barrunto por segunda vez y a presentar uno de sus libros que cuando se presentaban nunca estaban en vitrina, llegaban de a diez, de a cinco, o no llegaban sus libros. Igual que yo, que tenía tres ejemplares amarrados a mi mano para que nadie se los lleve. Pero la gente se quedaba arrecha con la verba del maestro, que cuando más vino le ponías, más sabor le ponía a la vida.
Esa vez en Chimbote, luego de las presentaciones el alcalde nos invitó a comer. Bueno, lo invitaron a él y yo entré de colado a la mesa. Igual la mesa estaba llena de colados, ayayeros que fueron rápidamente a comprar cuatro botellas de vino porque el chino del chifa solo vendía cerveza helada. El alcalde era un gordo amanerado que venía acompañado de una veneca de cuerpo extraordinario. Eran la bella y la bestia. La bella, la bestia y sus guardaespaldas. A saber de sus rostros, más que seguridad proyectaban la imagen de inseguridad, de que te podían secuestrar en cualquier momento. Para Eloy era muy importante hablar con el alcalde porque tenía un problema legal al que lo había metido un editor, por un libro institucional que se había mandado a hacer, y el editor se había mandado a mudar a España. Lo cual generó una denuncia convertida en requisitoria. Eloy temía lo peor, pero el alcalde le dio su palabra de que nada le pasaría. Y nos fuimos tranquilos del chifa al escenario principal de la feria, porque además a la medianoche era aniversario de Chimbote. Llegamos al show a pocos minutos de la hora del show, y comenzaron a tocar Los Pasteles Verdes. Entonces aproveché el aburrimiento para abrirme de Eloy y regresar al hotel. Igual desde la ventana de mi habitación aún podía ver el show y a Eloy en primera fila, que se ponía de pie a aplaudir cada canción del grupo. Hasta le hicieron mención pública de su presencia y la multitud lo aplaudió. Pensé que iría descansar luego del concierto de aniversario, pero a la mañana siguiente ya se había ido. Pregunté por él en recepción y me dijeron que apenas acabaron de tocar Los Pasteles Verdes agarró sus cosas y regresó a Lima. Aunque al amanecer, apareció en Cerro Azul, exigiendo a viva voz a Mario que le habran la puerta y una botella de vino.


Hoy que ha muerto Eloy, debo celebrar también el cumpleaños de mi tío Carlos Valverde, ingeniero agrónomo que fundó el Instituto Nacional de Innovación Agraria. Fue un gran profesional dedicado al estudio de la papa peruana, la cual investigó por años y llegó a establecer más de una setenta de especies de papa en ese entonces, los ochentas.
Mi tío Carlos Valverde era el director del programa de innovación agraria en la universidad Agraria, la Molina, y durante esa época realizó importantes estudios, Pero vino un nuevo rector a la Agraria, un tal Fujimori. Y lo amedrentó. Primero lo hizo con su amigo Bandi, un investigador brasilero a quien el chino expulsó del país.
Y luego, a mi tío Carlos Valverde, quien era voceado a ser ministro de agricultura, el chino Fujimori lo mandó a llamar a su oficina y le motró un papel con una lista de nombres.
Le dijo: mira esta es la lista negra de Sendero, tú estás primero en la lista.
A mi tío ya le habían asesinado tres ingenieros del instituto, el cuarto era él. Así que renunció y buscó trabajo por el mundo. Igual, el mundo entero era de él porque tenía el talento y los contactos suficientes para seguir su carrera en cualquier parte. Había estudiado agronomía en los EE.UU., y decidió irse a Holanda con su familia.
La cosa en Perú estaba bastante dura, entonces mi tío consideró a mi hermano mayor, para llevarlo allá. Este país no daba para más. Lo querían matar, así que mejor se fue y se lo llevó a mi hermano, lo cual causó un sismo familiar en los ochentas, donde no había celular para transmitir las emociones más duras a través de videollamadas. Ni nada, mi mamá se volvió escritora compulsiva de tantas cartas que escribió, lo cual me inspiró a expresarme así con los años. Heredé su oficio.
Mis tíos, junto con mis dos primas hermanas y mi hermano se fueron a vivir a Holanda.
Mi tío Carlos venía a Lima de vez en cuando. Aunque se quedaba en un hotel ejecutivo de Miraflores, iba a la casa a comer tallarines con asado. Era un ritual que se cumplió siempre. Los preparaba mi grama Arsenia y con el tiempo me fui enterando más de mi tío, por ejemplo que había estudiado con Mario Vargas Llosa en el colegio. Entonces cada vez que venía a casa le hacía miles de preguntas, las cuales me respondía amablemente. Pero con más confianza y madurez de mi parte me fue contando que el escritor no era una persona tan amable, más bien había pedido que lo saquen de la lista de la revista de los ex alumnos del colegio, y ya no le tenía mucho afecto.
Yo aprovechaba cada visita a Lima para interrogarlo, ya no por Vargas Llosa porque era notoria su antipatía al dientón. Había comenzado a trabajar en investigación científica en la universidad apenas me gradué, y mi tío lo vio con entusiasmo porque la ciencia no es tan valorada en el Perú. Me daba consejos sobre cómo fichar libros y los autores que debía considerar para una buena teórica.
A veces siento que a mi tío lo fui desilusionando con mi pobre nivel científico. Luego de tres años contratado, la universidad vio que mi investigación no tenía ni diez páginas cuando esperaban cuatrocientas. Me había pasado el tiempo intentando centrar mis ideas, pero mi dispersión me llevaba por otros caminos creativos. Entonces cancelaron mi investigación, cortaron el contrato y me invitaron a salir por la puerta falsa. Lo único que llevé de esos tres años fue un manuscrito insolente y llenó de mentiras frente a lo que ellos consideraban la verdad. Antes de terminar de escribirlo ya tenía título: Barrunto.
La última vez que hablé con mi tío ya estaba con su salud en decadencia. Fue hace tres años, yo había asumido un alto cargo directivo en el Estado, para trabajar junto con un ministro. Y estuvo días mi tío intentando comunicarse conmigo. Me dijo que estaba muy orgulloso de mí, pero que la circunstancia era bastante complicada y que tenga mucho cuidado con lo que firmaba y con lo que me proponían. Él había visto muchas cosas en su vida, pero su experiencia en Perú fue la más complicada por la presión que te ejercían los de arriba. Sentí su preocupación en su voz, pero lo tranquilicé diciéndole que por mí lado jamás habrá una propuesta inmoral, mucho menos ilegal.
Duré 80 días en el cargo, el ministro con quien trabajé se fugó a Venezuela y el presidente que apoyé terminó preso por corrupción. Pero a mí nadie me acusó de nada, ni firmé nada que me haya puesto en jaque. Sin embargo, quedó impregnado en la retina de algún hombre derecho, bruto y achorado, de que yo apoyé a un 'gobierno comunista', y por extensión terminé siendo terruqueado hasta hoy que mi CV siempre queda a mitad de camino de cualquier selección laboral.


El año que se fue, el 2023, con él se fueron también algunos amigos. Unos en cuerpo y alma y otros en presencia física.
Mi banda, Los Viejitos de Barrón, tuvo una crisis existencial, ya que se murió nuestro baterista, Elmer 'el batero loco'. Un tío bastante querido que se había quedado sin banda tras la muerte de Ronieco. Por lo que lo convocamos a tocar y los ensayos siempre fueron gloriosos. Dos meses antes que muera, nos presentamos en Tierra Baldía de Miraflores y la rompimos en un festival de poesía. Luego se puso mal y se nos fue.
No era el primer baterista que se nos moría. Ya había tocado 'el chino rata' con nosotros, aunque fue despedido por querer agredirme sobre el escenario. Tenía problemas de control de ira y el consumo de aguardiente a granel en una bolsita de plático lo volvía más loco.
Antes del 'chino rata', estuvo Rombero, que fue quien fundó la banda junto conmigo y mi primo Frejolito Lingán. Pero Rombero conoció a una chica por chat y resultó que ella era irlandesa. Entonces Rombero se fue hasta Dublín y se aseguró pidiendo la mano apenas aterrizó. Cuando volvió a Lima, hicimos una gira a Chimbote para presentar su libro sobre el poeta Luis Hernández, La armonía de H, y mi libro Barrunto.
Ese viaje fue inolvidable porque nos recibió un editor que ya falleció, un loco lindo que nos llevó a comer el mejor cebiche del Perú en Chimbote antiguo, y luego nos llevó a un burdel a tomar cervezas.
El tres cabezas era el lugar donde María Arguedas olvidaba la depresión. Un mítico chongo provinciano donde José María olvidaba por ratos sus ganas de matarse. Eso lo escribió en el libro Zorro de arriba y zorro de abajo, con el cual dio fin a su carrera y a su existencia.
Al volver de Chimbote, Rombero se fue a vivir a Irlanda y se hizo músico de jazz. De cuando en vez volvía a Lima y destrozábamos cualquier sala de ensayo o concierto subte al que nos invitaban. Luego regresaba a su vida en Dublín. El año pasado estuvo en el estreno teatral de Barrunto, pero llegó tan ebrio de un almuerzo que se quedó dormino en la función apenas apagaron las luces. Peor aún, se puso a roncar y lo tuvieron que sacar. Al rato cuando se le pasó la borrachera quería volver a entrar y hasta le dieron diablos azules. Pero la función ya había terminado.
Apenas murió nuestro 'batero loco', Elmer, el chato Pelvis también desapareció. Aunque no estaba muerto, había estado de parranda y por eso le dio un infarto cerebral. Los médicos lo guardaron dos meses y al salir tenía un nuevo libro en carpeta: El escritor de los buses.
El chato Pelvis se consolidó gracias a la nueva sobriedad que le habían impuesto los médicos, se había vuelto al cristianismo y comenzó a trabajar en un canal de televisión con muchos seguidores. Su libro lo presentamos en un mirabus con brindis de pisco de papa nativa. Y luego nos fuimos a Ayacucho a presentarlo. No nos habían invitado formalmente, pero la oportunidad fue aprovechada para visitar todos los medios de comunicación de Ayacucho, mientras los invitados a la feria del libro se quedaban encerrados en sus habitaciones leyendo, nosotros hicimos prensa y llenamos las presentaciones que nos tocó. El organizador nos agradeció todo lo que habían hecho y nos invitó un helado donofrio que no acepté porque justo había visto en la plaza de armas unas mamachitas que hacían helado artesanal y estaban más ricos. Justo en Ayacucho estaba el Waro trabajando, que también ha sido manager de Los Viejitos de Barrón, y cenamos con una botella de macerado los tres. En medio de la alegría escuché un estribillo de huayno: "desde lejos he venido, desde lejos he venido" y creamos a capela (completamos) la canción del escritor de los buses. Desde lejos he venido para hablarte de mis libros. Mandarina, mandarina, mandarina de algodón. Si tú me compras un libro te regalo esta canción. Negrito de las montañas, negrito de las montañas, con su caperucita verde, con su caperucita verde. Me dicen que tú has venido, desde la selva volando, desde la selva volando. Con la caspita del inca. Con la caspita del inca. ¡¡¡Wifala, Wifala!!!
Ya de regreso de Ayacucho, el chato Pelvis dijo que tenía una propuesta para ir a México. Entonces llegó diciembre y se fue con su hija y su mujer a la tierra de los tacos, pero luego se pasó al otro lado a comer hamburguesas para escribir una nueva historia en su vida. Que al final marca la vida de la gente a su alrededor.

sábado, diciembre 16, 2023

TIRA PIEDRAS DE SACO Y CORBATA


Apagó la luz y le hizo gracia al estúpido. Había bajado la palanca general del edificio y el ensayo se tuvo que cortar. Justo esa noche había llegado un grupo de líderes de la barra brava. Fueron a ver con mucha curiosidad eso que ya salía en los medios de comunicación y le llamaban la primera obra de teatro del Alianza Lima. 
El guachimán del local me había comentado que vivía lejos y que la prioridad era salir diez en punto de la noche del espacio, dejar todo porque tenía que caminar rápido hasta el tren eléctrico. 
Además, ya estaba harto de los ensayos. Yo lo entusiasmé con que la gente que venía eran actores de novelas de la televisión, que podía tomarse fotos con quien quisiera. Pero a cierta hora ya no le interesaba más que irse a su casa. Peor aún, era hincha del Cristal. Tremendo pavo.
Pero esa noche la gente de la barra se entusiasmó y mandaron a comprar cerveza para alucinar bien el ensayo. Era una mancha de cuatro amigos, un gordo que manejaba la camioneta, y tres representantes.
Les faltaba un par de escenas para terminar y se apagó la luz justo a las diez de la noche. La productora batalló el reclamo. Pero afuera ya estaba serenazgo, porque ya eran varias semanas que la bulla salía cada vez más fuerte, con el sonido grueso del bombo y los cánticos que se replicaban en la adaptación teatral de Barrunto.
Si una noche habitual cuando acaba el ensayo se juntaba la banda para conversar afuera en la puerta, esta noche con la visita de la barra había más gente. Además estaban mis invitados que siempre llegaban para auspiciarme la cerveza. 
Esa noche también estaba Rombero que había llegado de Irlanda y cuando nos botaron del edificio por presión de las vecinas, nos fuimos a Barranco y nos auspició el fiambre para todo el equipo y las gaseosas. Valió el gesto y se le perdona lo que hizo después porque cuando fue a ver la obra llegó totalmente intoxicado de guisqui etiqueta azul. Venía de un almuerzo y estaba feliz, se sentó en una buena ubicación, pero al momento que apagaron la luz se quedó totalmente dormido sentado boca arriba. La productora me llamó de inmediato que mi invitado estaba roncando tan fuerte que los actores se estaban incomodando en plena función. Yo dije que lo saquen nomás, igual lo esperé afuera porque yo siempre estaba en la puerta. La obra me la sabía de memoria, la conozco desde hace 23 años que la creé. Pareciera que la dormida de Rombero en plena función fue una clarinada de alerta porque después las siguientes funciones fueron desastrozas en taquilla y se tuvo que suspender una fecha. 
Lo peor de todo fue que nos regresamos en el mismo taxi con Rombero y en el camino le dio los diablos azules y quería regresar a patear la puerta del tearro. Que qué chucha se habían creído que él era el biografo del poeta Luis Hernández Camarero y tanta vaina. Luego se quedó jato y lo tuve que embarcar con el taxista. Al día siguiente palteado se disculpó y que igual estaba de puta madre la obra, porque había estado en los ensayos.
En la oscuridad, mientras salían los actores y la barra del edificio, los comentarios eran positivos. El que manejaba, el gordo Mochica, también se fue contento y lo vimos más contento aún durante la temporada, porque fue varias veces. Usualmente llegaban una hora antes para arengar algunos cánticos, y te dejaban al elenco electrizado, era energía que te pasaban.
Cuando terminó la temporada teatral a lleno total, luego perdimos la final con la U y mataron al amigo Mochica a balazos.
Eso de la violencia en las barras no me ha sido indiferente. Un taxista mientras me llevaba me dijo que no permitía que sus hijos se pongan la camiseta del Alianza. Estaba prohibido. Él había sido líder y sabía que la vaina es seria. Se tuvo que ir de su barrio porque mató a un hincha rival. Tenía dieciocho años recién cumplidos, batuteaba desde los diecisés. 
En el cono sur, en una batalla en un puente, era él o yo. Me dijo: sacó un cuchillo y yo tenía una cadena larga. Metió un zarpazo y resbaló, entonces lo empujé y le enrosqué la cadena, quedó colgado en el puente. 
Uno puede pensar que ese acto te da galones en la estructura. Te empodera. Pero en adelante su vida fue un calvario. Vivió un año escondido y luego se metió al servicio militar. Se borró dos años y ahora vuelve al barrio caleta. Prefiere que sus hijos no sean hinchas de ningún equipo. Él sabe que debe andar con cuidado de por vida. 
A la obra también asistió Walter Oyarce. Nos tomamos unas fotos. El señor sabe de mi trabajo, una vez le pedí que presente la versión comic de Barrunto en el 2015. Pero declinó porque estaba en un juicio que podría (el gesto de presentar un libro sobre barras de Alianza y la U) ser usado en contra de su estrategia legal. Ya habíamos tenido contacto por escrito, por mail, le había compartido mi libro Barrunto y sabía que trataba de un hincha de Alianza que muere después de un clásico que, aunque pierde Alianza, nadie gana.
Yo recuerdo que cuando ocurrió lo del asesinato de Walter Oyarce en el estadio de la U me deprimí y terminé internado dos meses. En ese trance escribí un poema que se titula 'toco y me voy'. Toco y me voy, toco y me voy y me alejo del tumulto, me alejo del mundo. Dedicado a los hinchas que mueren gritando en los estadios malditos. 
Todo eso le conté al señor Oyarce. Una vez, en un partido del Alianza en Matute se sentó a mi costado. No nos conocíamos en persona, no cruzamos saludo, aunque me preguntó algún cambio porque vio que tenía una radio oyendo la transmisión.
Para alguien como yo, que soy sensible a la belleza y ama la cultura del pueblo, los cánticos del fútbol, la fiesta del pueblo, me apena que se haya perdido o distorsionado el sentido del verdadero hincha. 
El fundador de la barra del Alianza Lima es Manuel Feijó y murió en el Fokker. En la tragedia murieron once barristas que acompañaron al equipo. 
Esa era gente que daba la vida por Alianza, iban a alentar a los calichines pero también al voley. Uno de ellos, Chaveta, fue al ensayo también. Nos contó que una vez yendo a Arequipa, llegaron tarde y el chofer ya no quería seguir el camino. Entonces ellos tomaron el control y llegaron con el bus hasta la puerta del estadio. Sin entradas, entraron a la mala y Alianza ganó dos a uno. Eso era Alianza. 
Desde el apogeo de la delincuencia en las barras de fútbol, la rivalidad se ha vuelto sangrienta. Endiosan a gente que mata en nombre de los colores de un club. Se denigran día a día. Ya la muerte aparece en televisión a detalle. Uno no sabe si los delincuentes que se fueron insertando en las barras también son parte de la gente que dirige los clubes más populares del Perú. ¿Hasta qué punto puede uno actuar como hincha en un cargo ejecutivo que requiere razonabilidad?
Ningún dirigente fue a ver la obra de teatro. Solo recibimos apoyo de la barra que se puso la camiseta, nos apoyó en la parte artística y en la parte emotiva. Y de los líderes que pude conocer, gente amable que jamás oí decir o referirse a los barristas contrarios con desprecio. Sin embargo hoy en día hay hinchas que han combinado su pasión con el rencor y la venganza. Camuflan sus frustraciones y creen que el único rival es el hombre muerto. Entonces los ves justificando torpezas dirigenciales en redes, pero nunca ponen su nombre porque trabajan en el estado o en alguna transnacional y deben cuidar su imagen. Son los tira piedras de saco y corbata que ahora batutean el Alianza Lima y cuyo universo se remite a competir con la U. Poca ambición que tienen y que siempre nos dejarán luchando la baja. Los traumas de los dirigentes barrabravas se han institucionalizado. Yo quisiera que se simente la mística intercontinental, pero la visión es reducida. 
Cuando mataron al gordo Mochica recordamos entre la producción que igual pasó cuando se presentó la obra por primera vez en la casa España. Por descuido y abuso del alcohol se perdión un cajón peruano de una marca carísima. El músico de la obra, el maestro Ger, aunque tampoco es hincha del Alianza y es del Rímac, lo hizo por amor al arte y a la música. Entonces yo para calmar su preocupación por la pérdida/robo del cajón lo iba a pagar yo. 
Esa presentación en el año 2019 fue austera pero pude financiarla. Pero lo del cajón no estaba en el cálculo. 
Nos fuimos con Ger a San Juan de Lurigancho a la misma fábrica. Nos atendió el luthier y nos mostró unos cajones que estaba haciendo para Alex Acuña. Todo era calidad, una maravilla, y Ger encontró el modelo que se había perdido. Costaba un huevo de plata, saqué de dos tarjetas de crédito y pudimos sacarle el cajón. 
A los pocos días, el luthier apareció en los noticieros, lo habían asesinado a balazos mientras esperaba a sus hijos en la puerta del colegio. Barrunto, dijimos por interno. Sabíamos que cada cosa que hiciéramos en nombre de los colores gloriosos de La Victoria, algo ocurriría. Por eso cuando acabamos la temporada ya nadie quiso volverse a ver, pero la muerte del gordo Mochica nos volvió a unir por chat. Varios me habían bloqueado de sus redes y yo a ellos también. Para el partido de la final en Matute, como ocurrió en el 99 que me inspiró a escribir Barrunto, el clima no estuvo bueno. Decidimos juntarnos en las afueras con la producción y con el actor que me interpretó en la obra. Juanjo y Juanji. El actor es famoso y a cada rato se le acercaba la gente para tomarse fotos con él.
No pudimos ver el partido del todo porque los televisores estaban llenos de gente, y todo sonaba mal. La cerveza se acabó y solo daban cerveza caliente, la gente se impacientó y llegó el primer gol. Desatención del loco Del Mar y la foca fue a cobrar. Luego, la fatalidad. Del Mar se sale del arco y apura a Sandro Baylón para que saque rápido el tiro libre. Pero Sandro había planeado otra jugada y sin querer se la regaló a Esidio y la metió con el arco vacío. Y el final, un tiro libre de Chemo. Ahí acabó todo. El milagro iba a ser imposible porque ese día no salió el sol. Como 24 años después. Barrunto, presentimiento de que pronto llegará la separación. Baylón se fue caminando expulsado minutos antes de que acabe el partido de vuelta. El gordo González blandeaba un papel higiénico. El descontrol fue inminente y los balazos también. 
Nos preguntamos con la producción y el director de la obra si las similitudes son casualidad. ¿Quién apagó la luz a las diez de la noche? Fue el guachimán que era hincha del Cristal. Nos botaron del edificio y afuera nos esperaba el serenazgo junto con un grupo de tías en bata de noche que querían que nos larguemos de su vecindario que habíamos maleado con los cánticos barrabravas. Amenazaron con llamar a la televisión. Nosotros vimos eso con buenos ojos, pero al dueño del edificio para nada. Nos botó de inmediato. Lo único que le pudimos pedir es que vuelvan a prender la luz para sacar nuestras cosas. 

jueves, noviembre 09, 2023

LAMENTO GRONE

Actor: Coco Gutiérrez / Foto: Sebastián Mazuelos / Barrvnto. Septiembre 2023.

Quisiera gritar un gol pero me sale espuma / el tiempo de gloria ha sido una fiesta post pandemia / han hecho de la previa algo tan masivo como el partido mismo / esto es fútbol y el fútbol es vida / la vida, según mi criterio de poeta / es como el registro de un electrocardiograma / subes y bajas y en esa intensidad se va reflejando la vida / ganas y pierdes cada segundo de tu vida / en la cotidianidad de las calles de La Victoria la vida transcurre a un ritmo intenso / la alegría les pertenece / seguramente al otro lado también hay fiesta y con sus rituales urbanos / por aquí hay salsa y sabor / ahora un sabor agrio de la derrota / como la historia de Barrunto / Alianza pierde el clásico del siglo / y luego muere Sandro Baylón / Así es Alianza / entre el último día del 99 y la madrugada del 2000 murió uno, el capitán / pero antes, en el 87 ya habíamos perdido al capitán, al entrenador, al equipo completo y a once barristas / y desde ahí / surgió de la nada del mar un nuevo equipo / diez años después pudieron lograr el campeonato nacional / eso es el fútbol y eso es el Alianza Lima, un vaivén de sensaciones / de intensidad / .  / en la previa del partido la gente bailaba, bebía, gritaba, aplaudía, reía. De pronto, un mal hincha, que hay miles, lanzó un coete que disparo hacia alguien que le quemó la cara / el pata se fue al baño de la tía Pocholita Corazón Para Tomar, y volvió con la cara llena de heridas, el brazo también lo tenía lleno de quemaduras / sus amigos le decían que se vaya a a una posta / pero seguía grogui / el coete le había caído en la cara y en su reacción el fuego le tocó los brazos / quedó tirado como el Condor Rojas en el Brasil Chile donde suspendieron el partido / en este caso al hincha de Alianza sí le cayó el proyectil / el amigo no hizo caso / siguió tomando cerveza helada / pero cuando pasaron las horas y el partido se acercaba / la cerveza ya te la daban tibia / entonces el amigo se comenzó a sentir más acalorado y entró en cuenta que tenía quemaduras serias / y se fue / pero antes vendió su entrada y triplicó su precio / le habrá servido para algo en emergencias / . /  De pronto, la fiesta del Alianza se convirtió en una batalla campal motivado por la frustración de no ganar / horas antes, hordas blanquiazules iban en turba por la vía expresa y le quitaron la motocicleta a un policía / un loco calato se subió y zigzagueando agarró vuelo y se arrancó con la moto / la gente inmortalizó el momento en las historias de Instagran / La gente aplaude y valida cuando degradan a los tombos / no se les tiene respeto sobre todo cuando forman tumulto y el anonimato se hace masa traicionera.

Yo voy al estadio Matute desde que tengo cuatro o cinco años / mi padre me llevaba junto con mi hermano Rafo y pasábamos los tres con una sola entrada / mi papá encomendaba a mi hermano con algún señor que estaba en la cola y yo iba con mi papá / un adulto podía pasar con un niño / pero hubo un año que ya no nos dejaron entrar porque ya éramos niños de catorce / nos quedamos afuera y Alianza perdió / escuchamos los goles contrarios por radio programas y los gritos de angustia desde la tribuna / Así hemos vivido resultados de vergüenza. Como el gol de Baroni en sur, luego del baile que Nunez le hizo a Bam Bam Valencia / recuerdo esa derrota del 93 porque al salir, con mi hermano estábamos tan borrachos que el carro se nos perdió entre las calles de Mendocita / antes por ahí nadie pasaba / solo se podía estacionar / pero ahora todos venden cerveza, comida, ponen música o ponen el televisor para ver el partido / ayer que jugaba la final Alianza habían anunciado una orquesta / la gente ya estaba sabrosa / la gente de la barra que se organiza para manejar los cánticos y las banderolas que se cuelgan en la tribuna / Todo eso me ha fascinado desde siempre / toda esa cultura que se hace basado en la blanquiazul / por eso escribí el cuento Barrunto, que ya tiene 23 años y que gracias al aporte de importantes artistas ha trascendido a otras esferas como el cine, el comic, el ensayo social y el teatro.

Este año, con la autoría del actor y dramaturgo Herbert Corimanya, se pudo estrenar por todo lo alto la obra teatral BARRVNTO, cuyo eslogan comercial fue 'la obra que todo hincha de Alianza debe ir a ver'.

Y sí que fue la gente, se fueron sumando hinchas con sus camisetas y llenaban la sala. No vi en toda la temporada de septiembre que haya salido alguien de la obra con cara de insatisfacción, por el contrario, la gente salía extaciada, salía más hincha que nunca / .  / tanto así que comenzamos a hacer llaveros y pusimos un módulo para vender el libro 'Soy de Alianza', del gran autor Martín Roldán.

La temporada fue un éxito. Sin embargo / es importante hacer mención que recibimos apoyo de la barra aliancista, y gracias a su aporte pudimos ponerle un sello de calidad única / Pero de parte de la dirigencia solo recibimos indiferencia / Un ninguneo al punto que llegamos a la conclusión de que la administración actual estaba ocupada por hinchas apasionados / el sesgo se manifestaba por el poco interés de apoyar una ambiciosa propuesta cultural que podía impactar no solo en los hinchas, sino también en los propios deportistas / Aún recuerdo que había un dirigente dueño de un colegio / Constantino Carvallo, cuyo colegio Los Reyes Rojos permitió que una generación de Alianza Lima tenga un chip distinto / fue una generación con una mentalidad competitiva / con ganas de triunfar y sí que lo lograron como Paolo Guerrero, Farfán, el zorrito Aguirre, incluso los hermanos Guizasola que ahora manejan una ONG; supongo que tiene que ver con la inspiración que les dio Carvallo al darles educación y una forma innovadora de formar a un futbolista.

Una premisa concreta: un deportista que lee un libro, que ve una obra de teatro o ejerce un comentario crítico de lo que ve o lee, ese deportista va a tener mayores perspectivas mentales a la hora de la alta competencia. 

Pero la directiva del Alianza simplemente se desinteresó de nuestra obra, de la posibilidad de llevarla a divisiones menores de voley, fútbol femenino y el fútbol masculino. De darles un valor diferenciado al crecimiento deportivo de un prospecto / soy un convencido de que un deportista, así como un hincha que se cultiva con una obra inspirada en su club, será mejor persona / y durante la temporada fueron hinchas que jamás habían ido al teatro / y les pareció una experiencia renovadora / fue un triunfo en todo sentido y la reivindicación de la cultura en favor de los colores de un club / .

 Aún así la dirigencia prefirió invertir el dinero de las arcas del club en contratar estrellas que se fueron lesionando con el transcurso de las semanas / aparecían en videos ebrios cuya argumento de excusa era que sí, estaban borrachos pero se encontraban acompañados de sus esposas / .  / o invertir en un jugador que se le renovó contrato millonario de un año aún estando lesionado / no jugó ni un partido en el año y cuando a las justas pudo ponerse a tope, ya era la final / y tuvo la sinvergüencería de ponerse a disposición a través de la prensa / lo cual refleja el mal manejo que se ha tenido desde la administración y la comunicación / tal vez no han leído libros ni visto películas ni obras de teatro sobre Alianza ni sobre nada / a lo mucho habrán leído autoayuda pero no les funcionó porque denotaron a la hora de tomar decisiones que tenían poca capacidad de análisis / como un futbolista que se nubla cuando pasa la banda y se pone en situación de ataque pero ya no sabe qué hacer, si tocarla, centrar o patear al arco / las variables de solución se le reducen porque simplemente no han desarrollado esa capacidad / eso solo se desarrolla estudiando una carrera, consumiendo información de valor / un libro / una buena película que no sean la decadencia de las productoras publicitarias que ahora hacen cine para la risa idiota / . Hasta ahí llegó su criterio / 
Entonces eso explica las decisiones que se tomaron como apagar las luces del estadio de Matute para que el clásico rival no pueda celebrar frente a cámaras / sin pensar en el riesgo que significó / una posible tragedia que reviviría a La ópera de los fantasmas, de Jorge Salazar y su tragedia del Estadio Nacional.
Ese tipo de limitaciones mentales para tomar decisiones son el resultado de no haber leído un libro y tener la posibilidad de sensibilizarse. Por eso la gente apasionada pierde la razón y se nubla en situaciones que aprietan. Y un hincha engorilado jamás podrá dirigir una institución.

Este año que mi cuento Barrunto ha logrado la trascendencia del multiverso aliancista, noté una cosa en dos circuntancias distintas: primero fue la presentación del libro 'A la victoria volveremos', del compilador Kike Gómez. Yo fui buscando a Carlos Zambrano para hablarle de la obra de teatro y ver si nos tiraba una onda. Pero Zambrano estuvo siempre rodeado de niños, y si no era de niños era de ayayeros. Lo que más resaltó de su participación fue lo primero que dijo: "no he leído el libro".
Es decir, lo invitan a la presentación de un libro y ni siquiera tuvo la delicadeza de darle una ojeada. Peor aún, decirlo en público fue hasta ofensivo para los autores y la gente aliancista que estaba presente en la mesa, como Walter Oyarce y el literato Víctor Vich.
Yo fui con un ejemplar de Barrunto, pero nunca llegué a él. Solo pude hablar con su amigo el comba Cueto, a quien le expliqué mi intención. Pero nunca hubo contacto posterior. El libro habrá quedado junto al otro que presentó y no leyó.
Meses después me invitaron a presentar el libro Soy de Alianza, de Martín Roldán, donde invitaron a la mesa a la futbolista Sandy Dorador, que por cierto llegó tarde a la mesa, y lo primero que dijo: disculpen no he leído el libro. 
Entonces veo su historial virtual y me aparecen noticias de que la jugadora había sido suspendida por celebraciones discriminadoras, y no pudo jugar la final que también se perdió contra la U. Quién sabe y si hubiese leído o siquiera ojeado una páginas de este maravillo libro de Roldán, podría tener una amplitud de pensamiento que le haya permitido controlar sus emociones.
Lamentablemente estamos en un tiempo en que se celebra la pendejada, se premia al borracho, se le renueva contrato al que tiene mejor representante, mientras la identidad de los colores íntimos se van forjando en el corazón de la humildad.